Durante estos días vino a mi memoria una escena del colegio en donde adelantaba mi tercer grado de bachillerato o lo que se conoce hoy como grado octavo. En un momento de receso y en aquellos espacios en los que había cambio de profesores mis compañeros y yo, por lo general, no salíamos del salón, sino que nos reuníamos a hablar sobre temas de niños. Un compañero que estudiaba dibujo, era quien concentraba la atención del grupo de chicos y de chicas porque en esos espacios solía hacer caricaturas de cada compañero o de los profesores. Bastaba un hecho cómico de alguien para que este niño plasmara en un papel la imagen caricaturesca de esa persona con frases que hacían divertir. No lo hacía para burlarse, tampoco para ridiculizar, simplemente era su talento natural que cada día trataba de perfeccionarlo y quienes teníamos la fortuna de coincidir con él en las clases disfrutábamos también de ese don que había recibido de Dios.
Después de muchos años de haber tomado caminos distintos y de haber roto toda comunicación con ese compañero nos volvimos a encontrar y, vaya sorpresa tan agradable, aquel joven dibujante pícaro de los años de infancia, se había convertido en un gran empresario de las artes, que era contratado por grandes compañías del espectáculo para exponer sus obras.
Era un hombre feliz porque vivía bien haciendo siempre lo que le había gustado hacer, dibujar. Esta anécdota, la comparto contigo por una razón, para que valores, disfrutes y perfecciones ese don natural que has recibido del Señor. Ese es el gran tesoro que Él te ha regalado para hacer de ti una persona de bien, por eso no lo desperdicies.