martes, 31 de octubre de 2023

AÚN VIVES EN MIS RECUERDOS, GRACIAS POR TANTO.

 Por lo efímera que es la vida  no pude  experimentar durante mucho tiempo la cercanía, la experiencia y los consejos de mi padre, llegué a este mundo cuando  el cumplía  los cuarenta y ocho  y murió a los sesenta y cinco.  En realidad muy poco, sin embargo lo suficiente para impactarme para siempre. Era un hombre sabio a   pesar de su nula formación académica. No sabía escribir ni leer pero tenía claro que el estudio es la manera como el ser humano desarrolla toda su potencialidad y eso quería para mí. 

Muchas  veces lo vi cansado  y agobiado porque  las tareas por hacer en  la pequeña hacienda familiar   sobrepasaba sus recursos y sus fuerzas  para realizarlas a  tiempo y  frente a la propuesta de quedarme a su lado para ayudarle y no volver al colegio, nunca lo permitió. “El estudio, la disciplina, el trabajo honesto y vivir en la verdad es la clave para progresar  y a mí me faltó el estudio” decía, por eso debes estudiar.”   


Su honestidad todo prueba,   la credibilidad y confianza que inspiraba le abrían puertas  de  manera que al final  del año había  respondido con todas sus obligaciones porque negociaba los plazos y encontrabas respaldo  en aquellos  que  le conocían. Vivió en una época en que la Palabra hablada era suficiente para cerrar y cumplir un contrato, no había necesidad de refrendarla ante notario ni ante ningún testigo, simplemente los acuerdos se cumplían. 

Fue fiel  en su  relación de pareja y no toleraba  que yo anduviera  por ahí de picaflor porque a las hijas ajenas se le respeta, decía. 


Le gustaba bailar,  escuchar música, hablar con sus amigos, contar  historias y hacer el bien  porque era  la forma de aterrizar la fe,  fue un creyente que se esforzaba por hacer vida la propuesta del Evangelio 


Con  sus pequeños actos  tenía claro que podía trascender. Muchos de los momentos compartidos a su lado se han convertido en faros que ilumina mis acciones, por ejemplo aquel momento en el que estaba sembrando un árbol frutal y  mi tío    Ricardo,  hermano de mamá, lo cuestionaba   diciendo que a su edad  eso que hacía no tenía sentido porque la vida no le iba a alcanzar para verlo crecer y mucho menos para comer de su fruto porque  moriría antes y su respuesta la guardo como una impronta en mi corazón: ”este árbol no lo siembro para mi beneficio si no  para que cuando crezca  de frutos y sombra  a mi hijo, a mis nietos y a todo el que pase por este lugar y quiera protegerse bajo sus ramas de los rayos del sol.”  


Su amor a Dios y a la virgen del Carmen eran inmensos. Siempre se encomendaba a su protección. Su amor a los sagrado lo alimentaba con sus oraciones diarias, asistiendo a la Eucaristía y como integrantes del grupo de hombres de la parroquia de la Inmaculada Concepción que participaban como nazarenos en las procesiones de la Semana Mayor, en el Valle. 


Amó  a sus hermanos y a sus  sobrinos y me inculcaba el amor por la familia, amó   a su Valledupar del  Alma.  Siempre que volvía de esa ciudad destacaba  los cambios y lo bonita que estaba y de lo orgulloso que se sentía por su desarrollo. 


Pasan los años y en la medida en que me acerco a la edad de tu muerte, los recuerdos y sentimientos de amor y admiración   filial se hacen más vivos y emocionantes como la emoción  que se experimenta en los momentos previos en los que nos vamos a  reencontrar con aquellos que amamos y han estado lejos durante mucho tiempo.  Y todo porque vives en mis recuerdos, gracias por tanto Papá.