Durante muchos años conocí y compartí con una pareja admirable, eran parte de mi vida, y su ejemplo desde el inicio de mi relación con mi esposa fue fundamental para sentar las bases de lo que ha sido mi matrimonio con Nayibe. Con más de 40 años de convivencia, siete hijos, todos profesionales, estables emocionalmente, y ellos como esposos amándose, respetándose, siendo felices y compartiendo sus vidas hasta cuando el Señor los llamó a su presencia. Su testimonio de vida me han impulsado no sólo a luchar por mi matrimonio sino a identificar las actitudes y comportamientos que ayudan a construir una relación de pareja estable.
Tres aspectos aprendí de
la pareja en referencia que han iluminado mi relación matrimonial.
Lo
primero, se amaban y aceptaban desde sus diferencias. Eso me gustaba de esta pareja, aunque uno
era más expresivo que el otro, aunque tenían talentos distintos, no rivalizaban
sino que se complementaban en su relación. Lo que le faltaba al uno lo
tenía el otro, sumaban valores a la relación. Eso es muy importante,
sumar, sumar, todo lo que tenga uno y le falte al otro, o todo lo que
tengas en virtudes, en cualidades, en talentos, jamás debe utilizarse
para restar en la relación, sino para sumarle valores a esa que es una nueva
realidad, la unidad del matrimonio. Recuerden que cuando dos personas se unen
en el matrimonio ya no se habla de mi proyecto, de mis cosas, de mi
individualidad, ahora se habla de nuestra vida, de nuestros sueños, de nuestros
proyectos.
La pareja a la que me
refiero, claro que tenía diferencias, en algunos momentos chocaban por
las maneras particulares de resolver ciertas situaciones, pero esas
diferencias de conceptos, esos choques jamás
hacían que el amor entre ellos corriera riesgo, eso no sucedía
nunca, eran estables porque se amaban, porque tenían claro
que la persona que estaba a su lado había sido elegida de manera
libre por él, había sido elegida de manera libre por ella para
construir un hogar cimentado en el amor.
Lo
segundo que admiré en esta pareja era la
posibilidad de hablar de las situaciones conflictivas sin que a partir de
esas conversaciones se generaran más conflictos.
El común de la gente, cuando va a hablar con su pareja sobre algún problema,
termina enfrentada, terminan peleándose más, ofendidos y heridos. En
algunos matrimonios no se puede hablar de problemas porque terminan peleándose.
Hay algunos temas que son tabúes en la relación y prefieren no ponerlos sobre
la mesa, porque cada vez que se plantean terminan peleados. Esto no
pasaba con esta pareja de amigos, al contrario, después de estos ejercicios de
hablar, de negociar sobre los aspectos que los alejan, La relación se
fortalecía lo que consideré una bendición no solo para ellos, sino para
sus hijos, para su hogar, para sus amigos.
Estoy seguro de que
las parejas que leen ésta columna tienen algunos temas que
son tabúes, por ejemplo, el papel de la suegra, el manejo de
algunas decisiones, o los problemas con la intromisión de una tercera
persona. Los amigos en referencia, sin tener mayor formación académica,
cuando hablaban de sus problemas lo hacían con claridad y jamás había uno
que ganaba y otro que terminaba fracasando o cediendo, no, en este
caso todos ganaban, todos resultaban beneficiados.
Se
abrieron a espacios de perdón. Como
muchas de las parejas jóvenes que se conforman, mis amigos, tal vez al
inicio, cometieron muchos errores, ellos lo reconocen, sin embargo ambos se
abrieron a espacios de perdón y reconciliación, se dieron nuevas oportunidades,
hasta cuando el que falló tomó la decisión de corregir sus actuaciones,
asumieron el compromiso radical de evitar más errores y luchar por la
propuesta que tenían entre manos, su matrimonio. Ahora, es bueno precisar
que perdonar no es fácil, sobretodo, cuando quedan heridas fuertes, sin
embargo, el tiempo las puede sanar siempre y cuando el que pida perdón
decide ser radical en el rechazo de que aquello que daña el matrimonio.
Tomo como referencia esta
pareja externa a mi familia, y a quienes quise mucho, porque, aunque soy
hijo único, en lo personal, el hogar en el que nací, crecí y
permanecí hasta mis 13 años de edad, (fue la edad en la que salí de casa
para estudiar en otro sitio, viviendo en casa ajena, porque el lugar en
el que vivía no había establecimientos educativos), en realidad fue un
hogar muy conflictivo, y que no se constituyó para mí en el prototipo de
familia modelo que debía replicar al tomar más adelante la decisión
de casarme. Comenzando porque en la época en que mis
padres unieron sus vidas, había entre ellos una diferencia en edad de 25
años, por lo tanto, cuando papá estaba reduciendo su capacidad física, mi madre
estaba en el esplendor de su juventud y eso provocaba grandes
inseguridades, muchas expectativas a veces insatisfechas, lo que generaba
conflictos, que desencadenaron en celos, violencia intrafamiliar, infidelidad,
inestabilidad emocional y todo lo malo que se germine en un ambiente tan
insano como éste.
La relación entre mis
padres si hizo insostenible por lo que se separaron cuando yo tenía dieciséis
años. A los pocos meses papá enfermó y murió. A pesar de esta pérdida
irreparable en mi vida, pude continuar con mis estudios, en
condiciones económicas muy difíciles, sin embargo el Señor siempre me
puso en el camino personas que me acogían en sus hogares para brindarme
su apoyo y afecto, sin ningún interés económico. Hoy le doy gracias al Señor
por esas personas, porque estuvieron ahí y me tendieron la mano en momentos
claves de mi vida como Benjamín Mutis y su señora Sofía, Blanca Guidett;
Enrique Pereira y su señora Idelma Camargo, Oscar Agudelo y su esposa Fanny;
gracias a Gonzalo y su señora Amparo, a Omar Scott y a Fanny Campo. Cada uno de
ellos, en distintos momentos de mi vida, como estudiante de primaria y
bachillerato me brindaron su amistad, su cariño y su respaldo para poder
avanzar. A todos mis respetos, mi cariño y mi gratitud por siempre. Dios
les bendiga.