No
es posible que alguien diga que es un
creyente íntegro, maduro y comprometido
con la palabra de Dios viviendo
desconectado y aislado de sus semejantes.
Esto aplica para todos en la iglesia: laicos comprometidos, religiosos, religiosas y
personas del común.
Somos
conscientes que este momento histórico
en el que vivimos absorbe nuestro tiempo en
el trabajo, en quehaceres del hogar, el estudio, una que otra actividad
lúdica ó deportiva y, eso sí, espacios
para hacer uso de mucha tecnología. Sin
darnos cuenta nos hemos vuelto
autómatas: de aquí para allá y de allá para acá, ocupado en muchas cosas que giran más en el hacer, el
producir, en encontrar pretextos para celebrar de todo, esto último,
paradójicamente, al lado de los otros pero sin interesarnos ni preocuparnos ese otro
como individuo ó en su defecto convirtiéndonos en un espectador pasivo
por horas y horas de lo que ese otro
hace y muestra a través de redes sociales.
Frente
a esta realidad es hora de hacer un alto
porque los creyentes no podemos perder la cercanía física, la relación interpersonal y cara a cara, no a través del Facebook. Necesitamos el
contacto como seres sociables que somos. Actuar de otra forma es
permanecer abstraídos y desconectado de nuestra condición humana
que implica y exige relaciones directas.
Con estas reflexiones buscamos animarlos a generar espacios de reflexión individual y
grupal. Queremos propiciar
encuentros de crecimiento y de
dialogo con su familia, sus
compañeros de trabajo, sus amigos y hermanos de comunidad. Es una apuesta para
recordar que Jesús nos invita a amar a Dios sobre todas las
cosas y a nuestros hermanos como a nosotros mismos. Es claro que solo puede
amarse al otro cuando se le conoce plenamente
y sólo se conoce a un individuo cuando tenemos con él espacios para
vivir la fraternidad