De joven anduve muchas veces en búsqueda del amor, sin saber
qué era el amor.
Durante esa búsqueda
me encontré con amores eróticos, intensos, amores que dieron placer. Amores
de un día ó un ratico, amores que venía
y se iban como la fugacidad del viento el cual no se puede
detener, y que no vale la pena detener porque existe para disfrutar mientas está, después se va y
se va sin que queramos ni podamos hacer nada para que permanezca.
Al iniciar mi juventud intenté conseguir el amor entre las compañeras del colegio, pero no lo
encontré. Durante todos esos años a
pesar de estar rodeado de
jovencitas con rostro angelical y
cuerpos de reinas, cuando las tenía frente a mí era incapaz de balbucear palabra
alguna que expresaran el fuego que me quemaba por dentro y los deseos de besar
sus labios. No sabía cómo comenzar un tema de dialogo para llamar su atención
en ese sentido, muy a pesar que en la víspera, había elaborado
discursos y formas de atraer su atención y luego pedirles que fueran mi
novia. Sabía siempre qué decir y cómo decirlo, pero cuando llegaba el momento,
me bloqueaba mentalmente, por el temor a
recibir un rechazo. Debo decirlo No tuve suerte en la búsqueda del amor
mientras estuve en la escuela.
Dadas esas circunstancias comencé a explorar en el vecindario
y me encontré con amores, algunos un poco duraderos y otros no tanto, a través de mujeres que me
permitieron explorar mi cuerpo para experimentar
sensaciones hasta el momento desconocidas.
No fue una, ni dos ni tres, fue una
seguidilla de aventuras que sucedían una después de la otra. Cada nueva
relación la comenzaba cuando terminaba
la anterior, y estas rupturas yo las provocaba después de llevarlas a la cama y
poseer sus cuerpos, situación a la que llegaba con facilidad por mi capacidad
persuasiva y comunicativa, acto que utilizaba la nueva jovencita como argumento para decirme
que quería un compromiso mayor en la relación,
compromiso que me aterrorizaba porque los matrimonios de los miembros de mi familia
eran caóticos, cargados de tristeza,
infidelidad, violencia y sangre. Camino que yo no estaba dispuesto a recorrer.
También me encontré con amores de cabaret, de música y de baile. Amores que
aparecían en los bares nocturnos y entre las luces de colores que titilaban al ritmo de las canciones que
sonaban en el momento, mientras las mujeres con sus miradas seductoras y
cuerpos danzantes se esforzaban por llamar la atención de los hombres que consumían cerveza en la barra.
Estos, mal llamados machos, en medio de risas y anécdotas que se reducían a comentarios sobre los instantes de placer que algunos de esos
cuerpos danzantes les habían propiciado
en el pasado, impulsados por la euforia que produce la ingesta de licor trataban de identificar la mejor presa para
elegirla como compañera para un nuevo instante de erotismo y genitalidad. Instantes
de “amor” que al terminar con la “eyaculación”
dejaban un vacío interior y un sentimiento de culpa, arrepentimiento y frustración por haber
estado en el lugar donde nunca debí estar y haber compartiendo en intimidad con alguien con la que nunca debimos
compartir. “Amores “vacíos, sin ternura, sin afecto, hasta repulsivos, amores
que se hacían sin haber amor y sin haber descubierto el amor.
Y el amor llegó a mi vida sin mayores pretensiones,
sin imposiciones, sin el sonido ensordecedor de la música, sin
sumergirme en la oscuridad de la noche para ver danzar entre penumbras
los cuerpos de féminas que se ofertaban al mejor postor, sin los destellos de
luces de mil colores, sin la necesidad de mirar detrás de las ventanas tratando de encontrar a la niña de mis sueños
entre las jovencitas que pasaban por la
calle, sin el nudo que se me formaba en la garganta y que impedían balbucear palabras cuanto tenia frente
a mi a una compañera de estudio.
El amor llegó a mi vida a través de una mujer que me
ayudó a comprender la dimensión más amplia que tiene el concepto
amor. Esa mujer me enseñó a descubrir que el eros no abarca la totalidad
del amor, y que una relación cuando se
reduce al eros es utilitario, egoísta, violento, sádico y hasta masoquista. Entendí
que el miedo que tenía al compromiso se
daba por las experiencias traumáticas que había vivido en la familia, de las
parejas que decían amarse y en realidad no se amaban, sino que se utilizaban,
se explotaban, y una relación basada en el eros
está condenada a la ruina, a la oscuridad y a la destrucción. Lo más
extraordinario es que esa mujer me enseñó y me mostró el verdadero amor sin pronunciar una palabra, sin explicarme
nada, sin mayores argumentaciones filosóficas escrita ni de manera verbal. Solo con un profundo
silencio, con su tristeza desgarradora y la decepción profunda que experimentó cuando yo, en la primera invitación que me aceptó, argumentando que quería
estar en un sitio a solas con ella para hablar sobre tema de nosotros, la introduje
en un Motel. Su pureza no le permitió antes encender las alarmas para sospechar
del lugar al que la llevaría. Descubrió las características del mismo cuando
entró a la habitación. Quedó absorta, fría, muda sólo se atrevió a decir: ¿por
qué me haces esto? Con una fuerza y agilidad que antes no había visto en ella,
me apartó de su lado y corrió hasta la
calle, huyendo de aquel abusador. Intenté
detenerla y decirle que me perdonara que me había equivocado con ella, pero no
fue posible. Cuando intenté reaccionar ya se había Marchado. En ese momento entendí
que ella era diferente a las demás con las que había estado hasta ese
momento y que no podía darme el lujo de perderla…
Continuará.