domingo, 8 de marzo de 2020

Y LLEGÓ EL AMOR


De joven anduve  muchas veces en búsqueda del amor, sin saber qué era el amor.

Durante esa búsqueda  me encontré con amores eróticos, intensos, amores que dieron placer. Amores  de un día ó un ratico, amores que venía y se iban como la fugacidad del viento el cual no  se puede  detener, y que no vale la pena detener porque existe  para disfrutar mientas está, después se va y se va sin que queramos ni podamos hacer nada para que permanezca.

Al iniciar mi juventud intenté conseguir el amor  entre las compañeras del colegio, pero no lo encontré.  Durante todos esos años a pesar de estar rodeado de  jovencitas  con rostro angelical y cuerpos de reinas, cuando las tenía frente a mí era incapaz de balbucear palabra alguna que expresaran el fuego que me quemaba por dentro y los deseos de besar sus labios. No sabía cómo comenzar un tema de dialogo para llamar su atención en ese sentido, muy a pesar que en la víspera, había   elaborado  discursos y formas de atraer su atención y luego pedirles que fueran mi novia. Sabía siempre qué decir y cómo decirlo, pero cuando llegaba el momento, me bloqueaba mentalmente, por  el temor a recibir un rechazo. Debo decirlo No tuve suerte en la búsqueda del amor mientras estuve en la escuela.

Dadas esas circunstancias comencé a explorar en el vecindario y me encontré con amores, algunos un poco duraderos y otros no tanto,  a través de mujeres que me permitieron explorar mi cuerpo para  experimentar sensaciones  hasta el momento desconocidas. No fue una, ni dos  ni tres, fue una seguidilla de aventuras que sucedían una después de la otra. Cada nueva relación la comenzaba cuando  terminaba la anterior, y estas rupturas yo las provocaba después de llevarlas a la cama y poseer sus cuerpos, situación a la que llegaba con facilidad por mi capacidad persuasiva y comunicativa, acto que utilizaba  la nueva jovencita como argumento para decirme  que  quería un compromiso mayor en la relación, compromiso que me aterrorizaba porque los matrimonios de los miembros de mi familia eran caóticos, cargados de  tristeza, infidelidad, violencia y sangre. Camino que yo no estaba dispuesto a recorrer.

También me encontré con amores  de cabaret, de música y de baile. Amores que aparecían en los bares nocturnos y entre las luces de colores  que titilaban al ritmo de las canciones que sonaban en el momento, mientras las mujeres con sus miradas seductoras y cuerpos danzantes se esforzaban por llamar la atención de  los hombres que consumían cerveza en la barra. Estos, mal llamados machos, en medio de risas y anécdotas que se   reducían a comentarios sobre  los instantes de placer que algunos de esos cuerpos  danzantes les habían propiciado en el pasado, impulsados por la euforia que produce la ingesta de licor  trataban de identificar la mejor presa para elegirla como compañera para un nuevo instante de erotismo y genitalidad. Instantes de “amor” que al terminar con la “eyaculación”  dejaban un vacío  interior  y un sentimiento de culpa,  arrepentimiento y frustración por haber estado en el lugar donde nunca debí estar y haber compartiendo en   intimidad con alguien con la que nunca debimos compartir. “Amores “vacíos, sin ternura, sin afecto, hasta repulsivos, amores que se hacían sin haber amor y sin haber descubierto el amor.

Y el amor llegó a mi vida sin mayores pretensiones, sin imposiciones, sin el sonido ensordecedor de la música,  sin  sumergirme en la oscuridad de la noche para ver danzar entre penumbras los cuerpos de féminas que se ofertaban al mejor postor, sin los destellos de luces de mil colores, sin la necesidad de  mirar detrás de las ventanas  tratando de encontrar a la niña de mis sueños entre las  jovencitas que pasaban por la calle, sin el nudo que se me formaba en la garganta y que  impedían balbucear palabras cuanto tenia frente a mi a una compañera de estudio.

El amor llegó a mi vida a través de una mujer que me ayudó a comprender   la dimensión más amplia que tiene el concepto amor. Esa mujer me  enseñó a  descubrir que el eros no abarca la totalidad del amor,  y que una relación cuando se reduce al eros es utilitario, egoísta, violento, sádico y hasta masoquista. Entendí que el miedo que tenía al compromiso  se daba por las experiencias traumáticas que había vivido en la familia, de las parejas que decían amarse y en realidad no se amaban, sino que se utilizaban, se explotaban, y una relación basada en el eros  está condenada a la ruina, a la oscuridad y a la destrucción. Lo más extraordinario es que esa mujer me enseñó y me mostró el verdadero amor  sin pronunciar una palabra, sin explicarme nada, sin mayores argumentaciones filosóficas escrita ni  de manera verbal. Solo con un profundo silencio, con su tristeza desgarradora y la decepción profunda  que experimentó cuando yo, en la primera invitación que me aceptó, argumentando que quería estar en un sitio a solas con ella para hablar sobre tema de nosotros, la introduje en un Motel. Su pureza no le permitió antes encender las alarmas para sospechar del lugar al que la llevaría. Descubrió las características del mismo cuando entró a la habitación. Quedó absorta, fría, muda sólo se atrevió a decir: ¿por qué me haces esto? Con una fuerza y agilidad que antes no había visto en ella, me apartó  de su lado y corrió hasta la calle, huyendo de aquel abusador.  Intenté detenerla y decirle que me perdonara que me había equivocado con ella, pero no fue posible. Cuando intenté reaccionar ya se había Marchado. En ese momento entendí que ella era diferente a las demás con las que había estado hasta ese momento y que no podía darme el lujo de perderla…

Continuará.

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