Para los cristianos los acontecimientos que rodearon la primera navidad y
que describe el evangelista San Lucas en el Capítulo 2 generan múltiples
sentimientos. Por un lado vemos a los padres de Jesus cumpliendo la ley. Aún estando María en los últimos días de su
embarazo sube con José de Galiliea a
Judea, a la ciudad de David que se llama Belen a empadronarse como lo había dispuesto un
decreto de Augusto César. Lc 2, 4-5.
Aconteció que mientras estaban allí, a María le llegó la hora del parto. En esta parte del
texto, aunque no lo refleja, se deja entrever en el fondo la angustia de un esposo por no encontrar un
lugar que le permitiera a su esposa iniciar el proceso de parto. Por
generosidad de un posadero, a última hora, consiguen guarecerse en un establo,
y es precisamente en ese lugar conde nace Jesús.
La negativa de muchos a
recibir a José y a María (aunque los
textos dicen que no los recibían porque no tenían espacio debido a que la pareja había llegado muy tarde y todo estaba ocupado) pareciera una
anticipación a lo que sucedería con
Jesus en los últimos instantes de su
vida, cuando la muchedumbre de la época y aún hoy cierran su corazón a la posibilidad de que Él pueda
ser aceptado.
Jesús nace en medio de la sencillez de aquel lugar para significar que
su reinado en este mundo tendría una connotación distinta, sin opulencia, sin
ejércitos armados, ni palacios de mármol ni rodeado de oro, pero sí
experimentando en su vida las carencias que afectaban a la población más pobre
de su época. El hijo de Dios elige nacer en un espacio de pobreza material,
para dignificar a los pobres del mundo y de todos los tiempos, quienes siempre
ocuparán un lugar especial en el corazón de Dios.
En esta navidad ni en ninguna otra época del año, los cristianos podemos
olvidarnos de los pobres. Nuestra obligación es estar al lado de ellos
generando posibilidades de crecimiento y de transformación para que tengan
acceso a educación, salud, trabajo y vivienda digna. Que Dios nos ayude en esta misión.
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