Andrés
cuenta que lleva más de treinta años de
vida matrimonial con su esposa. El era un comerciante muy próspero de la ciudad. Tenía varios negocios
y él todos los días dirigía su empresa bajo los efectos del licor. Hoy se
pregunta que no sabe cómo soportaba tanto pero cada día, llegaba a su casa
borracho. Para facilitar su adicción al licor había habilitado una nevera tanto
en su negocio como en su casa, la cual mantenía siempre llena de cervezas.
Cuando llegaba a su oficina, desde temprano, comenzaba a consumir. Atendía sus clientes y proveedores con una cerveza en
la mano y cuando terminaba la jornada y
llegaba su casa, continuaba el consumo.
No había día que no tomara. Al
lado del consumo de licor siempre
surgían programas con sus amigos y amigas para caer en desenfrenos sexuales.
Su esposa siempre ha sido una mujer de fe. Desde siempre lo
animaba a que la acompañara a la
celebración eucarística, cosa que no aceptaba.
Un día, para complacer a su
esposa fue al templo y por coincidencia la homilía ese día el sacerdote se la dedicó a los borrachos. Fue tanto el
énfasis que hiso el cura sobre este tema, que al terminar la celebración Andrés le reclamó su esposa que porqué le
había contado al cura sus problemas personales. Por más que insistió ella en
decirle que fue coincidencia, porque no le había dicho nada al padre, éste no aceptaba
sus explicaciones. A pesar de los argumentos,
no hubo manera de hacerle entender que ella no había dicho nada. “Como vas a
pensar eso cuando son tantas las personas las que van el templo, con la misma
dificultad que tú,” decía ella.
Esta primera
visita al templo fue suficiente para que este señor fuera tocado por Jesús. Dice que al día siguiente, era un
viernes, continuó con su rutina de trabajar y consumir cerveza hasta cuando el
cuerpo aguantara. Cuando llegó a su casa, invitó a unos amigos a tomar. Dice que comenzaron a beber y comer en su
casa, y no sabe en qué momento se quedó
dormido, y cuando se despertó al día siguiente, encontró que todo estaba en
silencio. Sus amigos se habían ido. El estaba tirado en el piso rodeado de botellas
de cerveza vacías, y desperdicios de
comida por todos lados, estaba sucio, mojado. Su esposa estaba acostada con sus hijos. Dice
que fue tan horrible el espectáculo que vio a su alrededor que sintió pena de él mismo y sintió pena de su esposa. Desde ese momento reconoció que con lo
que hacía, estaba destruyendo su hogar
y tomó la decisión de no volver a tomar.
De esto han pasado veinte años y dice que no le hace falta la cerveza. Al comienzo fue
difícil porque sus amigos de francachela no aceptaban su cambio de actitud,
pero se mantuvo, cambió de amigos, cambió de espacios de reunión y hoy es una
persona sobria y feliz. En cuanto se
recuperó de aquel acto bochornoso le pidió a su esposa que lo volviera a
invitar a la Eucaristía, desde ese momento hasta el sol de hoy, ha estado vinculado a procesos espirituales,
a grupos de oración, que lo han ayudado a mantenerse firme en su opción de no
consumir licor. Se declaran, junto con
su esposa, como un matrimonio estable y feliz. Lejos del licor.
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